La Perspectiva de una Madre
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La Perspectiva
de una Madre Sobre la Educación en el Hogar
Cuando
nuestras amistades cercanas comenzaron a educar en el hogar, yo pensé, "Qué
bonito . . . para ellos." De vez en cuando pensaba, "Me pregunto si yo
podría educar en el hogar." Pero rápidamente descartaba esa idea como
fantasía. Con el paso
del tiempo más de mis amigas hablaban de la educación en el hogar, y nos
interesamos más. Una cosa condujo a otra, y nuestra hija de doce años terminó
la primaria, para enfrentar inevitablemente la secundaria al año siguiente. Ya habíamos
visto pasar por la secundaria a nuestros dos hijos varones. Entonces Jack, mi
esposo, dijo: "De ninguna manera quiero que Jenny esté en esa
escuela." Y Heidi iba sólo dos años atrás de su hermana. No tienes que
enfrentar el asunto de la educación en el hogar hasta que decides que realmente
lo tienes que hacer. En este punto todas mis dudas respecto a mí misma formaron
una barrera que yo consideraba insuperable. ¿Yo? ¿Educar en el hogar? ¡Qué
buen chiste! ¡Con dificultad terminé la secundaria yo misma! Además de mis
dudas sobre la educación en el hogar existía la realidad de la operación de
nuestro propio negocio en nuestro hogar. Habíamos empezado el negocio el año
anterior. Después de haber trabajado mi esposo para otros por 19 años,
trabajar en el hogar había resultado ser un gozo. Yo era la "ayuda idónea,"
contestando el teléfono, llevando la contabilidad, haciendo pedidos de
materiales y cumpliendo con mi porción del trabajo. Parecía
imposible siquiera pensar en agregar lo que yo sentía como el trabajo
monstruoso de la educación en el hogar. Y, más importantemente, ¿realmente
quería yo esa tarea? Las amistades
cercanas ciertamente son un regalo de Dios. Compartíamos con ellos toda
pregunta, toda duda y toda preocupación; con su experiencia y amor, los
problemas se esfumaban uno por uno para formar la aventura tan satisfactoria y
deleitosa de la educación en el hogar. Nosotros
decidimos: sí, educaremos en el hogar. Habiendo tomado la decisión, ¿ahora qué?
Heidi, de diez años, estaba muy entusiasmada con la idea. Jenny, de doce años,
estaba muy molesta. Se derramaron muchas lágrimas. Ver su cara triste causó más
dudas. Nadie quiere que su hijo esté tan molesto. Para entonces
Jack estaba convencido de que lo que estábamos haciendo era lo correcto, así
que seguimos adelante. Con catálogos en mano, nos pusimos a decidir qué libros
conseguiríamos. De nuevo, con la ayuda de amigos que habían estado educando en
el hogar por varios años, fuimos dirigidos por el proceso de hacer pedidos de
materiales. La primera vez que haces un pedido es la más difícil. Las dudas
volvieron el día que llegaron los libros. ¡Ay, qué estaba pensando cuando
acepté hacer esto! ¿Ahora qué hago? ¡Dos años de material! ¡Auxilio! Con dirección
y varias largas llamadas de teléfono, mi amiga rápidamente me ayudó a pasar
por lo que parecía una tarea imposible. Pasamos una tarde tomando un libro a la
vez, dividiéndolo entre los días de escuela requeridos y usando una página de
cuaderno para cada texto. Al final de
esa tarde, yo tenía un plan por escrito para todo el año escolar de tal manera
que lo único que tenía que hacer era abrir mi cuaderno y ya sabía qué era
exactamente lo que tenía que enseñar qué día. ¡Vaya! Se sentía como si un
camión de concreto (que había estado sobre mi pecho) se acabara de ir. Se impuso la
emoción y era contagiosa. Todos estábamos tan curiosos respecto a lo que sería
la educación en el hogar que empezamos el 10 de julio. Jenny empezó a aceptar
lentamente, y las cosas iban bien. En algún
punto entre el día que empezamos y septiembre, me di cuenta de la realidad de
lo que se habían perdido estas dos alumnas que obtenían casi puros cienes en
la escuela pública. Me di cuenta de que tenía una alumna de séptimo grado que
no sabía poner mayúsculas ni puntuación, y su ortografía era pésima. Poco a
poco nos dimos cuenta de lo que les había faltado en su educación pública.
Nunca nos habíamos dado cuenta de sus problemas porque tenían buenas
calificaciones. Nunca olvidaré
el día que apliqué a las dos niñas su primer examen. Estaban allí sentadas
viendo la hoja sin poder creerlo y con lágrimas en los ojos. "¿Qué
pasa?" pregunté. Contestaron, "Esto está muy difícil; en la escuela
podíamos usar los libros para los exámenes." Al investigar
más a fondo, descubrí muchas prácticas que me molestaban y malos hábitos que
habían aprendido en la escuela pública. Muy rara vez, me dijeron, se les daba
un examen donde no se permitía usar el libro, y en esas ocasiones, el material
se repasaba justo antes de comenzar. El trabajo
cotidiano de matemáticas lo revisaban los compañeros y no había ninguna
consecuencia por los errores, ni siquiera volver a hacerlos correctamente. Los primeros
dos o tres meses de educación en el hogar me encontré deshaciendo el daño que
había hecho el sistema público. Estaba muy desalentada. ¿Cómo voy a reponer
todo lo que se perdió? Desesperada,
llamé a mi amiga. "¿Qué voy a hacer?" le pregunté gimiendo.
"Las niñas no pueden hacer esto y no pueden hacer aquello," etc. Sus
palabras pasaron por los cables de teléfono como aceite refrescante.
"Recuerda," me dijo, "no lo tienes que aprender todo al mismo
tiempo." Nos relajamos,
fuimos más despacio y tomamos las cosas una a la vez. Después, centímetro por
centímetro avanzamos hacia adelante y recuperamos el tiempo perdido. Yo no sé
si mi amiga se dio cuenta de que las palabras que me dio por teléfono se
convertirían en las claves para toda nuestra experiencia de educación en el
hogar. "No tienes que hacerlo todo a la vez." Y ahora estoy
ya casi terminando mi primer año de educación en el hogar. Yo, que era una vez
una madre dudosa, titubeante, sintiéndome muy incompetente, ahora me siento tan
relajada y confiada. El Señor me ha dado el conocimiento y el tiempo para poder
educar bien a mis hijos y también continuar con mis tareas del negocio y de la
casa. Veo a nuestras
hijas ahora y veo una transformación de la dependencia de grupo a una confianza
en sí mismas. La dulzura ha vuelto a la relación entre hermanas. La familia
entera ha sido bendecida por ello. Gracias, Dios, por la educación en el hogar. Used by Permission The Teaching Home August /
September 1990 |