La Filosofía Educativa
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La Filosofía Educativa de la Familia Lindvall
por Jonathan Lindvall

Nota del Editor:

Ocasionalmente se les pide a los educadores en el hogar que expliquen lo que están haciendo y por qué. Por esta razón considero que es buena idea preparar una respuesta por adelantado — por escrito. Una declaración escrita de tu Filosofía de la Educación simplemente contestará las preguntas: quién, cuándo, dónde, cómo y por qué.

Una vez que hayas escrito tu declaración puedes incluso usar un procesador de palabras para formatearla e imprimirla de una manera bien presentada. Así será muy útil como respuesta para funcionarios o amistades que muchas veces no ven con muy buenos ojos tus prácticas educativas. Sirve para comunicar que te has documentado y que tomas muy en serio lo que estás haciendo.

Si te tomas el tiempo para actualizar tu Filosofía Personalizada de la Educación cada año, te ayudará a entender mejor el llamamiento de Dios para tu vida.

Yo te exhorto a redactar tu propia declaración y no sólo adoptar o copiar la declaración de Lindvall. (La de él probablemente es más larga de lo que la mayoría redactarían.) Como quiera te servirá de aliento y te dará algunas ideas respecto a los temas que quisieras incluir.

Jesucristo es Señor de nuestra familia y hemos decidido colocar cada área de nuestra vida bajo su autoridad. El señorío de Cristo incluye la formación de los hijos que Él nos ha confiado. Aunque Dios puede guiarnos directa y personalmente en nuestra vida y a veces lo hace, creemos que Él revela su voluntad y sus caminos principalmente por medio de las Escrituras. Si no acatamos las intenciones reveladas de Dios para la instrucción de nuestros hijos, estaremos pecando contra el Soberano Creador y Dueño del universo.

La Escritura enseña que los hijos y las hijas son bendición (Salmo 127:3-5), creados por Dios y que le pertenecen a Él. Nos referimos a los hijos en nuestra familia como "nuestros" porque son nuestra herencia de nuestro Señor. Pero reconocemos que así como todo en el universo pertenece en última instancia a Dios, "nuestros" hijos realmente son de Dios, y sólo nos han sido confiados a nosotros como mayordomos de la propiedad de Él, con el objeto de instruirlos a ellos y a nosotros.

La Escritura enseña que Dios soberanamente encargó la responsabilidad de la instrucción de los hijos a los padres, y en particular al varón (Efesios 6:4). Por esto sostenemos que como padres no debemos de delegar esta responsabilidad a otros a menos que sea por una dirección muy clara del Señor; el plan bíblico, como regla general, es que los padres "instruyan al hijo" (Proverbios 22:6).

También sostenemos que es mucho más importante instruir el espíritu de nuestros hijos que instruir sus mentes. Aspiramos a criar hijos e hijas piadosos que sean fuertes en espíritu, preparados para vivir toda su vida en obediencia a los impulsos del Señor. Hacemos énfasis en el desarrollo de cualidades de carácter piadosas mediante la aplicación de los principios revelados en la Palabra de Dios. Hemos comprobado que la excelencia académica puede emanar de ese compromiso como un producto secundario natural sin que sea necesario que se convierta en una meta consumidora en sí misma. Creemos que la excelencia académica es una de esas cosas del mundo que Jesús incluiría entre "las que buscan los gentiles" (Mateo 6:32-33). Estamos convencidos de que el "Padre sabe que tenemos necesidad de todas estas cosas" y que Él tiene más interés que nosotros en el éxito de nuestros hijos. Así, Él insiste que evitemos hacer de la excelencia académica un ídolo. Más bien debemos "buscar primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas nos serán añadidas." En síntesis, consideramos que las metas académicas son indignas como metas en comparación con el esfuerzo por instruir a nuestros hijos en piedad. Sin embargo, confiamos en que Dios entonces nos capacita para lograr excelencia académica como fruto natural de vidas disciplinadas y piadosas.

De esto se desprende nuestra convicción de que es mejor proteger a los niños jóvenes de presiones desmedidas en la instrucción académica formal. Más bien necesitan un ambiente disciplinado en el hogar, que fomente respeto, dominio propio, confianza y curiosidad. Hemos llegado a la conclusión de que, en general, nuestra cultura tiende a robarle la infancia a los niños. Nos hemos propuesto exponer y evitar este error. En lugar de ser intimidados por las expectativas del mundo, permitiendo que nosotros y nuestros hijos seamos medidos y dirigidos por programas educativos creados por el hombre, pretendemos entender y cumplir los propósitos de Dios en la instrucción de los hijos.

Dios nos ha dado la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para servirle a Él y a otros con eficacia. Este es el propósito de su instrucción, y el plan de estudios debe ser diseñado para cumplir con este fin. Esto significa que deben dominar destrezas y conocimientos que les permitan conocer y obedecer a Dios y entender y servir a las personas que Dios ha puesto en sus vidas. Además, cada hijo tiene aptitudes espirituales, mentales y físicas específicas que Dios ha provisto con el fin de cumplir el llamamiento de Él para sus vidas. Nosotros hemos de ayudarles a explorar y desarrollar estas aptitudes para la gloria de Dios. Nos referimos a este proceso como discipulado. Dios nos ha llamado a discipular a nuestros hijos. El "plan de estudios" para este proceso no se basa en las expectativas y metodologías de la sociedad, sino en las de Dios. Dios es el enfoque de toda instrucción y su Palabra, la Biblia, es la herramienta y el recurso principal y central. Nosotros, los padres, como consiervos de Jesús junto con nuestros hijos, seguimos en nuestro propio discipulado. Conforme crecemos en todas las áreas, incluimos a nuestros hijos en ese proceso de crecimiento. Así, nuestra vida misma ha de ser el plan de estudios principal, discipulando a nuestros hijos en el servicio a Dios. Invitamos a nuestros hijos a aceptar que formemos sus valores y sus gustos mientras ellos mantienen concentrada su atención en nuestro ejemplo (por imperfecto que sea) de agradar al Señor (Proverbios 23:26).

Un error importante en la mentalidad contemporánea tiene que ver con el asunto de la "socialización" de los niños. La perspectiva divina de socialización se presenta en la Escritura como muy opuesta a la del hombre. Los educadores profesionales frecuentemente están tan preocupados por ayudar a los niños a "adaptarse" socialmente como por capacitarlos académicamente. Precisamente lo que el mundo llama "socialización" es lo que la Biblia llama "conformidad." No hemos de "conformarnos a este siglo" (Romanos 12:2), sino más bien empapar nuestros corazones y mentes en la Palabra de Dios para que seamos transformados en vasos preparados para realizar la voluntad de Dios. La voluntad de Dios para nuestros hijos es que sean siervos y no competidores de otros. Mientras no hayan adquirido un nivel de madurez relativamente estable, caracterizado por generosidad y abnegación, el énfasis frecuente en socialización con sus compañeros disminuye en lugar de aumentar esta visión para el servicio.

Estamos convencidos de que los hijos deben ser protegidos de las influencias que son incapaces de manejar por su inmadurez. La Escritura nos dice que un día el mismo Dios Omnipotente nos pedirá cuentas de cada responsabilidad que nos ha dado. Obviamente esto incluye la responsabilidad por las influencias que forman a nuestros hijos. Mientras reconocemos que muchos en nuestra sociedad son muy sensibles a la posibilidad de sobreproteger a los hijos, nosotros no nos avergonzamos de proteger a nuestros hijos de tropiezos conocidos y tentaciones innecesarias. Dios ha hecho a los niños especialmente impresionables durante esta época de su vida. Aparentemente Él les ha dado una inclinación hacia la imitación de los que los rodean. Así, entendemos que Él nos ha encomendado que aseguremos que las influencias sobre sus vidas cumplan los propósitos de Él. Por tanto es imperativo que no seamos negligentes en proteger a nuestros hijos de las influencias que no tenemos motivo de esperar que les beneficien. Debemos adaptar cuidadosamente el ambiente de los niños para reforzar la instrucción que Dios nos ha llamado a impartir en su vida. Sostenemos que únicamente cuando los hijos se han probado fieles en responsabilidades pequeñas deben tener libertad para encargarse de cosas mayores, tales como ser responsables de sus propias influencias. Por tanto, no nos avergonzamos de aislar a nuestros hijos de las influencias dudosas mientras no estemos seguros de que puedan manejarlas de una manera que agrade a Dios.

Las Escrituras enseñan que aun cuando Dios inicialmente creó al ser humano bueno, todos hemos heredado una tendencia al pecado como resultado de la rebeldía de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Debemos enseñar a nuestros hijos a confiar en Jesús para redimirlos de esta maldición. Una de las principales responsabilidades que la Escritura deposita en los padres es la disciplina de los hijos. A pesar de las teorías modernas en sentido contrario, Dios espera que usemos medios físicos para frenar y corregir a nuestros hijos.

Estamos convencidos de que al instruir a nuestros hijos para que sean soldados piadosos del reino de Dios, peregrinos humildes en este mundo, y valientes emisarios leales a su ciudadanía celestial, llegarán a ser adultos maduros y realizados cuyas vidas, como las nuestras, se caracterizarán por una pasión por agradar a nuestro Salvador y Maestro, Cristo Jesús.