Darwin Frente al Ojo
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Darwin Frente al
Ojo
El mismo
Carlos Darwin estaba consciente de que parecía increíble que los procesos
evolutivos pudieran explicar la visión humana. Él dijo: ‘Suponer que el ojo
con toda su inimitable complejidad para ajustar su centro focal a distintas
distancias, para reconocer distintas cantidades de luz, y para corregir las
desviaciones esféricas y cromáticas, pudiera haber sido formado por la selección
natural, parece, y lo confieso francamente, sobremanera absurdo.’ Sin embargo,
posteriormente en el mismo capítulo de su libro, explica por qué, de todos
modos, creía que el ojo evolucionó y que el ‘disparate’ era imaginado. Si
Darwin hubiera tenido el conocimiento que el hombre tiene hoy día acerca del
ojo y sus sistemas asociados ( el cual es mucho mayor que en su tiempo ), habría
abandonado su teoría naturalista sobre el origen de los seres vivos. Uno de los
fascinantes descubrimientos en el estudio de la moderna oftalmología (ciencia
de los ojos) es que, además de lo que Darwin pudo observar, existen tres
movimientos del ojo casi imperceptibles. Estos tres, denominados ‘temblores,
giros y sacadas’, son causados por diminutas contracciones de los seis músculos
ligados a la parte exterior de cada ojo. Cada fracción de segundo estos músculos
cambian ligeramente la posición del globo ocular, automáticamente, sin ningún
esfuerzo consciente de parte del sujeto, haciendo posible lo que se conoce como
visión. Los temblores
– los más pequeños y posiblemente los más fascinantes de estos movimientos
– mueven el globo ocular rápidamente y sin interrupción alrededor de su
centro en sentido circular. Éstos hacen que la cornea y la retina (partes
anterior y posterior) del ojo se muevan en círculos de diámetro increíblemente
pequeños, de aproximadamente 1/1000 (.001) milímetros, ó 0.00004 pulgadas. Esta distancia
es aproximadamente 70 veces menor que el espesor de un trozo de papel. Observa
atentamente un trozo de papel por su borde. Ahora intenta imaginar 70 círculos
del mismo diámetro
(OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO) tocándose
el uno al otro situados en fila india a lo ancho del espesor del papel. Si
puedes imaginar esto, tendrás una idea correcta de la naturaleza minúscula de
los temblores y al mismo tiempo apreciarás al Creador quien ha demostrado su
capacidad al diseñar tal característica. Una característica
de los temblores que resulta aún más asombrosa, es que los músculos
aparentemente infatigables que los producen mueven al ojo entre 30 y 70 veces
cada segundo. Si hicieran ruido, esa frecuencia sería suficiente como para
producir un zumbido grave. Asombrosamente, cada ojo realiza, como término
medio, uno millón de pequeños movimientos circulares cada 5 horas y media. El
número de temblores que ocurren a lo largo de la vida es astronómico. Aunque los
temblores no son suficientemente amplios como para ser visibles sin grandes
aumentos, no podrías ver correctamente sin ellos. Por ejemplo,
piensa en lo que ocurriría si éstos y todos los otros movimientos oculares
cesaran repentinamente mientras miras fijamente el rostro de alguna persona. Las
células fotosensibles de la retina se ‘estancarían’ rápidamente, y dejarían
de enviar información fresca al cerebro, provocando que la imagen percibida se
desvaneciera, adoptando un tono gris uniforme en el plazo de pocos segundos. Si
la persona a la que miras sonriera, su boca, y tan solo su boca, reaparecería
momentáneamente en un campo visual de la nada! (Esto se ha
hecho en el laboratorio, y se dice que parecía la sonrisa del gato de Alicia en
el País de las Maravillas.) La reaparición
de tan sólo una parte del rostro ocurriría porque únicamente la boca se movería,
provocando un cambio momentáneo en esa parte de la imagen que la retina estaba
viendo en ese momento. Por
consiguiente, un cambio continuo en la luz que se proyecta sobre cada célula de
la retina del ojo es crucial para una visión constante. De ahí la necesidad de
los temblores que Dios ha creado para alimentar la retina con una imagen que
cambia ligeramente muchas veces cada segundo. Sin estos temblores, que son
probablemente el fenómeno más importante para la visión normal, tendrías que
mirar y remirar constantemente o bien alterar continuamente la luz sobre un
objeto para poder ver algo durante más que unos pocos segundos a la vez. Durante los
movimientos giratorios, el ojo se mueve relativamente despacio y suavemente a
partir del lugar hacia donde se está mirando, y hasta alcanzar un ángulo igual
a aproximadamente 12 veces el tamaño de un temblor. En este punto el ojo automáticamente
salta de golpe, dando una ‘sacada’, y regresa a su posición original. Las
sacadas, que ocurren hasta varias veces cada segundo, son sacudidas muy rápidas
que se utilizan para corregir cualquier desviación que ocurra. En movimientos
de recorrido como en la lectura, se emplean grandes sacadas. Al leer este artículo,
pudieras pensar que tu vista está recorriendo suavemente, letra tras letra, o
palabra tras palabra, pero no es así. Más bien, los dos ojos perfectamente
alineados y sincronizadamente saltan juntos, dando sacadas como
‘tirones-regresivos’, sobre cada línea. Durante el instante en el que
ocurre la sacada, tu visión se empaña, de tal forma que entre los saltitos hay
breves pausas que dan al sistema ocular-cerebral el tiempo necesario para
decifrar las letras impresas obteniendo así frases con sentido. Piensa en el
reto que representaría para un ser humano crear el código genético necesario
para producir un sistema nervioso tan detallado como para hacer posible
movimientos musculares precisos y coordinados (como temblores, giros y sacadas).
Cuando Darwin hizo sus suposiciones sobre el origen de los órganos, no tenía
absolutamente nada del conocimiento que nosotros tenemos actualmente. Si él
hubiese estado consciente de la necesidad de estos movimientos del globo ocular
con saltos minúsculos y precisos, que suceden continuamente mientras estamos
despiertos, puede que hubiese abandonado su teoría de la evolución, considerándola
una especulación insensata e impráctica. En realidad
existe abundante evidencia de la obra del Creador en todo lo que vemos alrededor
de nosotros, y en el instrumento con el que lo vemos. Tom Wagner es
un profesor de ciencias en Indiana, EE.UU. Es un fotógrafo entusiasta, cuyos
artículos y fotografías aparecen frecuentemente en la revista Creation. Publicado
originalmente en la revista: Creation Ex Nihilo 16 (4): 10-13
Septiembre-Noviembre 1994 |