Confesiones de Una Madre Educadora
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Confesiones de
Una Madre Educadora en el Hogar
La dependencia
del Señor y la conservación de un ambiente hogareño son ingredientes
importantes para el éxito de la educación en el hogar. Me parece
increíble que ya hayamos terminado nuestro segundo año de educación en el
hogar. Parece que apenas fue ayer que yo estaba diciendo: "¿Qué?! ¿Yo,
educar en el hogar? ¡Debes estar bromeando!" Y ahora, aquí estoy, dos años
más tarde, completamente convencida respecto a este concepto. Tengo que
reconocer que no fue fácil comenzar. Yo era la más novata de las novatas. Me
sentí como un bebé dando esos primeros pasos precarios solita. Pero si una
sola virtud tenía, era perseverancia. Yo sabía que el Señor nos estaba
guiando a educar en el hogar, y confiaba en que Él nunca nos guiaría a donde
su gracia no pudiera sostenernos. Así que me lancé, y en septiembre de 1988
llegamos a ser oficialmente una familia educadora en el hogar. El primer
trimestre de ese año escolar fue muy pesado para mi familia y para mí. Me sentía
impulsada a triunfar, y en mi celo por llegar a ser la mamá-maestra modelo, me
temo que me convertí en una especie de versión casera de Dr. Jekyll y Mr.
Hyde. Por la tarde y
noche era la "serena Mamá, santa patrona de Pillsbury." Mis hijos
estaban fascinados conmigo. Mi apellido era Paciencia. Pero al llegar
la mañana, algo sucedía. Quizá era por el olor a polvo de tizón o el ruido
de las páginas nuevecito en los coloridos libros de texto. Cualquiera que haya
sido el catalizador, "la serena Mamá" sufría una transformación de
su personalidad. Ya no tenía deseos de hornear galletas ni limpiar la casa. No
podía pensar mas que en horas de clase, plan diario de lecciones y el horario. En mi esfuerzo
por ser estricta, tener en casa una "escuela de verdad", había diseñado
un horario tan rígido que, como era de imaginar, no lo disfrutábamos para
nada. Mis hijos sufrían terriblemente y yo misma no estaba nada contenta. ¿Qué fue lo
que falló? Mi error fue perder de vista al Señor y su plan perfecto para
nosotros. Yo estaba tan preocupada con demostrar que era una maestra competente
y que tenía una escuela exitosa, que me olvidé de buscar el consejo de Él. Cuando por fin
me dirigí con Él, Él empezó a mostrarme que para educar en el hogar, el
hogar tiene que tomar preferencia sobre la educación y no al revés, como yo
había estado intentando hacerlo. Tuve que aprender por la vía difícil, que
nuestra escuela se tenía que programar en torno a nuestra familia y no la
familia alrededor de la escuela. Cuando logré asimilar eso, ¡me sentí tan
liberada! Aprendí a relajarme y disfrutar de la enseñanza. Ahora
comenzamos cada día de clases con una oración, buscando la sabiduría de Dios
y el poder de su Santo Espíritu para capacitarnos a cada uno para cumplir con
nuestras respectivas responsabilidades para honra y gloria de Él. Sí, todavía
hay días en los que no todas las cosas salen como hubiéramos querido, pero
Dios es fiel, y Él "da mayor gracia" cuando más lo necesitamos.
Hemos aprendido a no depender de nosotros mismos, sino a esperar en el Señor,
quien es el Creador y la Fuente de la verdadera sabiduría y el conocimiento. Yo quisiera
animar a la persona que está contemplando la educación en el hogar pero no se
siente calificada, o a la persona que ha descartado la educación en el hogar
por una o más de las siguientes razones: 1) No soy suficientemente inteligente,
2) No tengo paciencia, o 3) No tenemos dinero. ¿Cuál sería
mi respuesta a todo esto? ¡Fabuloso! Si te sientes inadecuada, no calificada,
sin preparación suficiente, impaciente o económicamente incapaz, entonces te
encuentras en una posición para ser maravillosamente bendecida por Dios. La
mayoría de las familias que he conocido que educan en el hogar caen dentro de
alguna de las categorías anteriores. Personalmente (aquí va otra confesión),
yo caigo en las tres: Nunca he ido a la universidad, no soy paciente (pregúntale
a mi marido), y subsistimos únicamente con el salario de mi esposo. De nuevo, la
respuesta radica en una dependencia de Dios y fe en su capacidad para suplir
todo lo que nos falte. Si queremos darles a nuestros hijos una educación
piadosa, podemos tener la certeza de que Dios recompensará cualquier sacrificio
que hagamos, supliendo cualquier necesidad que tengamos. Nuestra familia es una
prueba viviente de eso. Así que, si
sientes que Dios te está moviendo a educar en el hogar, no te detengas. No hay
ninguna experiencia que se le compare, y esa es una confesión que hago con
mucho gusto. Copyright April/May 1991 by The Teaching Home, Box 20219, Portland, OR 97294 www.TeachingHome.com Reprinted by
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