Entre Mamás - Junio 2001
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Entre Mamás – Junio 2001
por Pamela Richardson

Errata: En la edición abril/mayo 2001 publicamos por error "Tampoco creo que seamos culpables por todas nuestras debilidades."  Lo correcto es "Tampoco creo que seamos culpables por todas sus debilidades."  Pedimos disculpas a nuestros lectores.  

 

Acabo de regresar de ver a mis dos hijos adultos en los Estados Unidos. ¡Qué gozo estar en sus casas y conocer a sus amigos, y ver cómo Dios está trabajando en sus vidas!  Yo llevaba conmigo a Samuel (6) y a Timoteo (10 meses). Era como un gran círculo.  Estos hombres maduros, de 22 y 24 años, y sus pequeños hermanitos.  Pensé en muchas cosas que hubiera querido hacer de manera diferente.  Le di gracias a Dios por su gracia en nuestras vidas.

Michael me dijo que había muchas cosas que él sabía pero no sabía cómo las había aprendido.  Para mí, esa es realmente la base de la educación en el hogar – toda una vida y todo un estilo de vida caracterizados por el aprendizaje.  No empieza a los 6 ni termina a los 18.  El aprendizaje comienza en el momento del nacimiento y termina, o más bien, comienza de nuevo, en el momento de la muerte.  Como dice Deuteronomio 6:6‑7, “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.”  Vamos enseñando sobre la marcha.  En el autobús, leyendo los cartelones, comentando el significado de las palabras, en nuestro hogar mientras cocinamos.  El mundo es nuestra aula.

Sentada en la casa de Jeremy, con mis pies apoyados cómodamente en alto, él me servía una comida que había preparado.  Me di cuenta repentinamente que literalmente estaba comiendo el fruto de mi trabajo.  Isaías 3:10, “Decid al justo que le irá bien, porque comerá de los frutos de sus manos.” ¡Qué placer!  En tantas maneras él había sobrepasado lo que su padre y yo le habíamos enseñado.  Mis hijos son hombres, y sin embargo en mi corazón siguen siendo muchachos.  Agradezco a Dios los años que él me concedió con ellos, como su cuidadora, y parecía irónico que ellos me estaban cuidando a mí, velando por mi bienestar.  Con un bebé aún me quedan por delante muchos años de enseñanza y cuidados.  Le pedí a Dios que me ayudara a aprender de mis fracasos, a pedir ayuda de los demás cuando la necesito, y siempre orar y depender de él.

Al asistir a la iglesia con Michael, vi el gran respeto que otros le tenían a él, y también a mí como su madre.  Estoy tan agradecida por mis hijos.  No son perfectos, ni tienen padres perfectos, pero sí tienen un Dios perfecto y fiel que está continuamente trabajando en ellos y en nosotros.  Así que yo las animo, no claudiquen.  Perseveren en la enseñanza de los pequeños.  Y que Dios les de a ustedes muy poco que lamentar al ver a sus hijos crecidos, y mucho por qué gozarse.

Queso Fundido

1 kilo queso asadero

2 piezas de chorizo

1 cebolla picada                                     

1 tomate picado

medio chile morrón, picado (opcional)

Derrite el queso en el horno o microondas.  En el sartén, cuece la cebolla, el tomate, y el chile.  Agrega un poco de agua y sal.  Deja hervir. Viértelo sobre el queso fundido.  Sírvelo en tortilla con aguacate y limón.  Rápido y delicioso.