Leamos un Libro
|
Leamos
un Libro
Comenzando
con este número, El Hogar Educador se amplía a 27 páginas para incluir una
sección especial: Leamos un Libro. En
esta edición ofrecemos el Capítulo Uno del libro de Michael Farris, El Padre y
Sus Hijas. En ediciones
sucesivas, publicaremos los demás capítulos del libro.
Nuestro deseo es posteriormente publicar el libro complete. Introducción Nunca
olvidaré esa mañana. El aire puro
de la costa del Pacífico del Noroeste de los Estados Unidos parecía centellear
con un azul brillante. Era un sábado
ideal de fines de junio. En
Spokane, Washington, donde vivíamos, algunos hombres saldrían de pesca, otros
cortarían el césped de su casa, y algunos aprovecharían el día para jugar
golf. Supongo
que pocos hombres de los que vivían en Spokane en ese entonces recuerdan con
claridad el 28 de junio de 1975. Pero
yo sí. Fue el día en que tomé en
mis brazos por primera vez a mi hija primogénita. Yo
tuve el privilegio de cargar a Christy aun antes que mi esposa.
Mientras el médico y las enfermeras atendían a Vickie, yo daba vueltas
por la sala de expulsión con mi pequeño bultito envuelto en un cálido
cobertor blanco. Esos ojitos que
aun no podían enfocar correctamente parecían mirar fijamente los míos. Mi
vida jamás volvería a ser igual. Dentro
de pocos días, yo había hecho toda clase de propósitos de cambiar, de
superarme, de ser un hombre mejor. ¿Y por qué no? si ahora era el padre
orgulloso de una hija. ¡Una hija! Me corté el pelo.
Le prometí a Vickie que iba a usar mejores modales en la casa.
Y le prometí . . .y le prometí . . .y le prometí . . . Desde
aquella mañana y desde que hice todas esas promesas han pasado volando veinte años.
Christy ahora es una estudiante universitaria.
Y Christy tiene cinco hermanas menores, además de tres hermanitos, hasta
ahora. Las primeras cinco que tuvimos fueron mujeres, después un hombre, después
una mujer, y luego dos hombres más. Christy
tiene veinte años. Jaymi tiene
dieciocho. Katy tiene quince. Jessica
tiene once. Angie
tiene nueve. Y Emily pronto cumple
los seis. Seis hijas.
Más de las que tienen la mayoría de los padres. He
tenido mucha experiencia con hijas. Y
con la ayuda del Señor, y de una esposa fabulosa, hemos visto un grado
considerable de éxito con nuestras muchachas.
Las dos que son prácticamente adultas son atractivas, inteligentes,
moralmente rectas, y espiritualmente vigorosas. Y las más jóvenes parecen
estar siguiendo el mismo camino. Si
no pudiéramos demostrar un cierto grado de éxito con nuestras hijas, yo no
debería intentar escribir este libro. Pero
tampoco pretendería jamás decir que soy el padre perfecto para mis hijas. Ni con mucho. Tengo
quizás igual número de lecciones que compartir basadas en mis errores que las
que pudiera compartir basadas en mis aciertos.
Felizmente, también he tenido el beneficio de observar y aprender de
muchos hombres espirituales al paso de los años, y su ejemplo me ha ayudado a
salir de los tiempos difíciles y me ha enseñado buenas metas a buscar como
padre. Estoy agradecido por los
hombres piadosos que han formado parte de mi vida. Hay
un placer extraordinario en ser padre de una hija – un placer que sin duda
compartes conmigo, pues de lo contrario probablemente no estarías leyendo este
libro. Mi
propósito es compartir algunas cosas que he aprendido para que estés mejor
preparado como padre. El día que
nació tu hija, sin duda tu pecho también se llenó de orgullo.
Querías ser un buen padre – un excelente padre.
Y el deseo de ser mejor padre para esa pequeña niña aun arde en tu
corazón. Avivemos
esa flama juntos. De
Tropiezo . . .o de Edificación: ¿Qué
Clase de Piedra Eres? De
cual palo, tal astilla. La expresión
misma habla de un orgullo en nuestros hijos que los papás no podemos ocultar. Basta
visitar cualquier evento deportivo juvenil en el país – o una presentación
de danza folklórica, o concierto escolar – para constatar el orgullo paterno
en todo su esplendor. Durante
varios años he sido entrenador de equipos de softbol de jovencitas, y en cada
equipo ha estado por lo menos una de mis hijas.
Ha habido algunos momentos de verdadero orgullo al verlas jugar . . .como
el hit crucial de Katy en las semifinales de softbol contra una lanzadora relámpago.
Ganamos uno a cero. Y luego está Angie con su constante capacidad de jardinera
en un equipo de muchachas de siete y ocho años que la convirtió en una de las
genuinas estrellas de todo el año. Y
el lanzamiento de Christy y el bateo de Jessica . . .y el espectacular jonrón
de Katy que mandó a su equipo de la preparatoria cristiana a las eliminatorias
estatales. En un campo totalmente
distinto, recuerdo el papel protagónico de Jaymi en el ballet “El
Cascanueces” . . . y podría seguir. He
visto a docenas de padres más demostrar este mismo tipo de orgullo por sus
hijas – algunas veces en formas apropiadas, algunas veces en formas excesivas,
y algunas veces en formas irritantes. Pero sigo pensando firmemente que el
orgullo paterno es un rasgo bueno en términos generales – y es algo muy
natural. La
palabra orgullo es una palabra difícil. Usada
en un sentido, describe una característica egocéntrica que está detrás de la
vasta mayoría de las acciones malas. Pero
hay otra característica – una cualidad positiva de simple admiración y gozo
– que también se describe con la palabra “orgullo.”
El orgullo artesanal se da cuando se ha hecho un buen trabajo,
produciendo calidad. El orgullo
nacional lleva al individuo a luchar y hasta morir por la patria y sus ideales.
Y el orgullo por la familia es producido cuando un hombre sacrifica sus
propios deseos e intereses para hacer lo que es mejor para su familia. Este
orgullo por nuestra familia, orgullo natural e infundido por Dios, ha tendido a
desaparecer en nuestra nación. Los
hombres se han vuelto egoístas en un grado alarmante.
Sólo el 61.7 por ciento de los niños hoy en día viven con sus padres
biológicos. En 1960, cuando la
mayoría de los padres de hoy eran niños, el 82.4 por ciento de los niños de
Estados Unidos vivían con su propio padre. Esta
estadística es indicadora primordialmente de una cosa – un incremento en el
egocentrismo. El “yo primero.” Tanto hombres como mujeres hoy en día están mucho menos
dispuestos que los de generaciones anteriores a ejercer la clase de
responsabilidad paterna que debe ser el derecho garantizado de cada niño.
Las consecuencias sociales de tan generalizado egoísmo son materia de
estadísticas de delincuencia, informes de pobreza, y la rápida decadencia de
nuestra cultura. Pero
este libro no va dirigido a tales padres – los desertores. Va dirigido a los
que han aceptado su responsabilidad, que han permanecido con la familia, que están
tratando de ser fieles. Y específicamente
va dirigido a los hombres que tienen el privilegio especial de ser padres de una
o más hijas. Quienes
hemos permanecido con nuestras familias, o emprendido la tarea de ser
padrastros, podemos tener un falso sentido de éxito cuando vemos al mundo que
nos rodea. Vemos tanta
irresponsabilidad flagrante que podemos decir, con justa razón, “Si me
califico con la curva en comparación con esos padres, salgo bien librado.”
En un sentido, el ser perseverante en el largo plazo, el proveer, el
asistir a todos los juegos y recitales, es algo muy bueno. Y
sin embargo, necesitamos darnos cuenta de que Dios no mide el éxito de nuestra
paternidad con base en las normas del mundo. Nuestras hijas son tan
inherentemente valiosas para él que nuestra efectividad como padres será
probada por la plomada recta y fiel de sus vidas – y definitivamente no por la
comparación con algún padre incumplido. Dios
nos ha llamado a criar a nuestras hijas “en la disciplina y amonestación del
Señor” como nos dice Pablo (Efesios 6:4).
Y si atendemos al consejo de Salomón de ser fieles a la norma de
disciplina y amonestación que Dios establece, entonces nuestras hijas nos
“darán paz” y “descanso a nuestras almas” (Proverbios 29:17). El
orgullo por nuestra familia y el amor de nuestras hijas nos motivan a ser lo
mejor que podamos como padres. No debemos aceptar el “ahí se va” ni el
“peor estaba.” De
hecho, el orgullo paternal puede ser transformador.
Una mujer joven a la que conozco, Yee Seul, cuenta la historia de su
familia en el país de su nacimiento, Korea: Eramos
muy, muy pobres – vivíamos en la miseria.
Mi padre llegó a desesperarse al grado de llegar al borde del suicidio.
Se iba a quitar la vida. Luego me vio acostada en la cuna.
Pensó en lo que sucedería si mi madre se volviera a casar, y si yo
creciera con un padrastro. En
Korea, como en La Cenicienta, los padres adoptivos son despóticos con sus hijos
adoptados. Pero por mí, el decidió
aguantar. Después del nacimiento
de mi hermana, vinimos a los Estados Unidos. Desde entonces, mis padres han sido
muy bendecidos en lo material. Mi
padre aún no es cristiano. Pero el amor natural que Dios le dio por mí me
permitió crecer en un hogar donde se me enseñó una buena moral y una
responsabilidad sana. Más importante aun, llegué a conocer a Cristo como mi
Salvador como resultado directo de haber venido con mi familia a los Estados
Unidos. El amor y la protección de mi padre para conmigo cambiaron tanto mi
vida como la de él. El
papel que tú juegas en la vida de tu hija tendrá efectos profundos en ella por
el resto de su vida. Tú determinarás
– para bien o para mal – sus ideas con respecto a un esposo.
Y aun más serio es el pensar que tus acciones como padre terrenal
influirán de manera dramática en el concepto que tu hija tenga de su Padre
celestial. Ninguno
de nosotros es perfecto. Sin
embargo, eso no es pretexto para conformarnos con la mediocridad.
La triste realidad es que no sólo los hijos de padres ausentes son los
que están en riesgo. Decenas de
millones de hijas tienen padres en casa que frecuentemente son piedras de
tropiezo que obstaculizan el desarrollo sano de sus hijas. Considérense
los siguientes cinco ejemplos de padres que son “piedras de tropiezo”. La
mayoría de nosotros tenemos por lo menos algunas de estas características. Don
Exito La
historia más triste de todas las Escrituras, en mi opinión, es el relato de
Jefté y de su hija, consignado en Jueces 11.
Tiene mucho que enseñarnos a nosotros como varones y como padres en
cuanto a qué tan lejos estamos dispuestos a llegar por demostrar que tenemos la
razón, y que tenemos éxito, y que somos los primeros. Jefté
era un hombre marginado que iba en busca del éxito.
Su padre era Galaad, un líder de Israel, pero su madre era prostituta.
Galaad también tuvo varios hijos legítimos con su esposa legítima.
Cuando los hijos fueron grandes, le negaron a Jefté toda participación
en la herencia de su padre. Yo
comprendo por qué un hombre como Jefté tendría un deseo de éxito más fuerte
que el de la mayoría de los hombres. Parece
que tenía talentos y cualidades de líder.
Y por causas ajenas a su voluntad fue separado de su familia, de su
hogar, y de la oportunidad de servir y ser líder.
La oportunidad de demostrar su valía le llegó a Jefté años más tarde
cuando los amonitas hicieron la guerra con Israel.
Sus hermanos separados vinieron a pedirle que capitaneara el ejército.
Era una muy grande responsabilidad y, para Jefté, una enorme oportunidad
de conseguir de un solo golpe el gran éxito que tanto necesitaba. ¡Por fin sería
el jefe! Ahora,
Jefté no era un simple oportunista, un “escala‑puestos” de la clase
alta. Tenía una clara comprensión del lugar que ocupaba Dios en
las batallas. La Escritura registra
numerosas afirmaciones que claramente indican que Jefté entendía que la
batalla era de Jehová. Era el
hombre de Dios. Hoy en día lo
encontraríamos en la iglesia . . .cuando no estuviera ocupado cerrando un trato
de negocios. Hasta
aquí, muy bien. Pero entonces Jefté
hizo algo extraordinariamente insensato. Le
dijo al Señor, “Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que
saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los
amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto” (Jueces
11:30‑31). Este
voto descabellado habría de resultar en una tristeza inmensa. ¿Qué esperaba
Jefté que saliera de la puerta de su casa para encontrarlo? ¿Cuántas veces
habría regresado del trabajo a su casa en
el pasado, para encontrarse con un buey o un cordero que salía de la puerta de
su casa? Por
supuesto que Jefté se sintió profundamente dolido cuando fue su única hija la
que salió por la puerta corriendo a recibirlo. Pero no hemos de pensar que Jefté
hizo un voto inocente o que simplemente sufrió un terrible revés del destino.
Probablemente esperaba que fuera un sirviente el que saliera a encontrarlo. Quizás
estaba deseando que fuera alguno de sus hermanos. Jefté
no le dio la espalda a su hija intencionalmente. Genuinamente amaba a su hijita.
Quería ser buen padre. Simplemente era mayor su deseo del éxito.
Y por tanto fue irresponsable e hizo un voto precipitado. Podemos
estar seguros de que Dios no se agradó del voto de Jefté.
Tampoco podemos suponer que Dios haya sido honrado en el hecho de que
Jefté cumpliera su voto. Cuando su
hija le salió al encuentro, él debió haber renunciado a sus palabra
insensatas. Parece que el orgullo
se lo impidió. De haber
renunciado, habría tenido la oportunidad de enseñar a Israel que Dios no
otorga el éxito con base en nuestras promesas verbales ni nuestros esfuerzos. Nuestra responsabilidad, podría haber dicho Jefté, es
simplemente ser fieles a él. Pero
en última instancia, el orgullo de Jefté y su afán de ser respetado fueron más
importantes que la vida de su hija. Los
padres de hoy en día no hacen votos que tengan que ver con altares y
sacrificios humanos. Pero sí
tendemos a fijar altas metas para nosotros mismos, prometiendo dar tiempo a
nuestras familias después, con un efecto más o menos semejante al de matar a
nuestras hijas. Al
igual que Jefté, el padre del tipo Don Éxito genuinamente ama a su hija.
Quiere hacer lo que es correcto. Pero
Don Éxito parece hacer muchos votos imprudentes. ·
“Sí,
aceptaré ese empleo temporal en otra ciudad.
Sólo es por un año.” ·
“Ella
es pequeña ahora. No importará si
paso mucho tiempo en mi trabajo. Podré
hacer más cosas
divertidas con ella cuando sea mayor . . .” ·
“Voy
a dedicar mucho tiempo adicional a mi profesión . . .sólo hasta que esté
ganando unos $85,000 dólares anuales. Luego
podré concentrarme en mis hijas.” ·
“¡Claro
que sí! Sí puedo organizar el
torneo de voleibol de la iglesia. No
me quitará mucho tiempo adicional de estar con la familia.” ¿Realmente
reflexionamos en las implicaciones de nuestros votos – o en términos
contemporáneos, nuestros compromisos? Cuando nos piden que nos involucremos en
una actividad adicional en el trabajo que implicará salir tarde durante varios
meses, ¿la perspectiva del éxito, el puesto, el dinero, el respeto, o el
logro, nos atrapa como el anzuelo en la boca del pez? O
quizás simplemente no sabes mantener un equilibrio en los compromisos
bien‑intencionados que haces. Tu
iglesia quizás tenga un programa más – un programa muy importante que parece
verdaderamente crítico para el evangelismo, las misiones, o la educación
cristiana, o el proyecto de construcción de un edificio.
Ningún cristiano razonable puede cuestionar el valor del éxito en tales
esfuerzos. Pero cuando hacemos el
voto de aceptar “una responsabilidad más,” ¿realmente estamos pensando
seriamente acerca del impacto que esto tendrá en nuestras hijas? Quizás
no estés sacrificando literalmente la vida de tu hija diciendo que sí a
demasiadas actividades buenas. Pero
esta clase de compromiso excesivo imprudente sin duda “mata” tu relación
con tu hija sobre el altar del éxito, del logro . . .incluso del así llamado
“servicio a Dios.” No
importa que tus metas para el éxito sean económicas o espirituales.
Los votos precipitados de aceptar buenas responsabilidades serán tan
devastadores para tu hija como tu voto inviolable de llegar a ser director de la
empresa. Los
“planes a corto plazo” que usamos para justificar el abandono de nuestras
hijas por “un poco de tiempo” son planes de necios.
Tales planes se describen en Lucas 14:28‑29 (palabras de Jesús): “Porque
¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y
calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?
No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla,
todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre
comenzó a edificar, y no pudo acabar.” Para
la mayoría de los hombres, los 10 años que calculan que les tomará establecer
el negocio se convierten en quince, luego veinte, luego veinticinco – y luego
sus hijos se van. Pero supongamos,
para efectos de ilustración, que realmente sí lo logras – que efectivamente
logras trabajar arduamente durante diez años y luego pasar mucho más tiempo
con tu hija posteriormente. ¿Has considerado el costo que este plan tendrá en
términos de lo que se supone debes estar edificando en la vida y carácter de
tu hija? Miles de hombres han
intentado implementar esta clase de plan de diez años, y han descubierto al término
del período que han perdido a sus hijas. ¿Qué
votos has hecho en cuanto a tu propio éxito? ¿Has pensado cuidadosamente
respecto al efecto de tus votos sobre la vida de tus hijos? Recientemente
enfrenté una decisión muy importante en mi propia vida.
En 1993 me postulé para gobernador interino del estado de Virginia, y
perdí por un margen pequeño ante el titular del puesto. Como resultado de ese
concurso electoral, y de otros factores, tuve ante mí una buena oportunidad de
lanzarme como candidato para el Senado de los Estados Unidos, y vi algunas
evidencias de que podría ganar la postulación de mi partido.
De los cincuenta y cinco principales líderes republicanos de Virginia,
cincuenta dijeron que sí me apoyarían. Una
persona cuyo consejo solicité fue Paul Trible. El es un vigoroso cristiano del
estado de Virginia que se retiró de la política a la edad de cuarenta y un años
tras haber servido en el Congreso durante doce años – seis años en el
Senado, y otros seis en la Cámara de Diputados. Mi
doble propósito al visitarlo era pedir su consejo en cuanto a los sacrificios
personales requeridos para servir en el Senado y, una vez que disipara mis
dudas, yo deseaba pedirle que fuera el coordinador de mi comité de campaña. Su
consejo en cuanto al sacrificio personal no fue nada tranquilizante. Me dijo que en su opinión era imposible ser un buen senador
y a la vez un buen padre de hijos pequeños.
Su consejo fue indisputable. Pero
aun más convincente fue algo que me platicó con respecto a su hijo. Su
hijo tenía nueve años cuando Paul Trible se retiró del Senado.
Poco tiempo después, se le preguntó al niño cómo era la vida de un
hijo de senador. El hijo de Paul
respondió, “Durante nueve años, cuando vivíamos en Washington, nunca veía
a mi papá; luego él dejó el Senado y nos mudamos.
Ahora es mucho mejor.” Yo
había entrado a ese junta con la intención de pedirle a un hombre que
coordinara mi campaña. Repentinamente,
tuve que tomar una decisión. Para
cuando salí de la oficina había descartado la idea de la candidatura. No
estaba dispuesto a sacrificar a mis hijos sobre el altar del éxito – por muy
importante que fuera la misión, por muy singular la oportunidad. El
éxito en sí mismo no tiene nada de malo.
Pero el obtenerlo en un tiempo o de una manera que requiere del
sacrificio de la sangre vital de nuestra relación con nuestras hijas es un
precio demasiado alto como para pagarlo. El
tiempo es una excelente unidad de medición que se puede usar para determinar si
uno ama el éxito más que a sus hijas. ¿Cuánto tiempo estás invirtiendo
personalmente para asegurarte de que ella tenga éxito en llegar a ser una mujer
sana de carácter? Papá
es el que Sabe Algunos
hombres consideran que es señal de debilidad el llegar a reconocer alguna vez
ante sus hijos que se han equivocado. De
alguna manera esta clase de padre piensa que el reconocer un error mina su
autoridad. La regla número uno de
este tipo de padre es: “Papá siempre tiene razón.”
La regla número dos es: “Si Papá se equivoca, ver la regla número
uno.” El
padre de este tipo se convierte en piedra de tropiezo para su hija cuando
insiste en que siempre tiene la razón. Este
hombre siempre piensa en términos de “si no te gusta como yo digo, te vas.”
Únicamente “acepta” a su hija cuando su conducta, apariencia o
decisiones le agradan a él. Yo
apoyo vigorosamente el concepto de la autoridad del padre en su hogar. Todos nosotros necesitamos saber vivir y trabajar bajo
autoridad. Los papás podemos mejor
lograr ese objetivo aprendiendo a descansar bajo la guía de la autoridad de
Dios, que es superior a todas las demás. Es
importante que los papás inspiremos cierta medida de respeto.
Es importante tener la razón. Y habrá momentos en que ya has dado
respuesta demasiadas veces a la pregunta “por qué,” y lo apropiado es
simplemente decirle a tu hija, “Porque yo soy el papá, por eso.” Pero
a veces sí estamos equivocados – bien equivocados.
Y si pensamos que nuestras hijas no alcanzan a percibirlo, los únicos
engañados somos nosotros mismos. Ellas
saben. Desde muy temprana edad tu
hija sabrá cuando has tomado una decisión equivocada, cuando has llegado
precipitadamente a una conclusión incorrecta, cuando has acusado al hijo
incorrecto de una falta cometida, o cuando has elegido la táctica equivocada
para responder a conductas infantiles. Tales
momentos son algunos de los más importantes tiempos de enseñanza que jamás
tendrás con tu hija. Si pasas por
alto la situación, sembrarás semillas de amargura en su corazón. Si niegas
abiertamente que te equivocaste, y andas por toda la casa vociferando tu razón,
estarás fertilizando y regando esas semillas además.
O quizás reconozcas que estás mal pero nunca haces nada por cambiar el
mal genio que te controla. Un
padre que rehúsa reconocer un error, o rehúsa tratar de cambiar una conducta
mala e inmadura, cosecha una hija que rehúsa confiar en él. ¿Cómo sabrá tu
hija que puede confiar en tus consejos? Si
ella ha visto repetidas veces que te niegas a reconocer o a cambiar errores
obvios, ella llegará a la conclusión de que “Mi papá no distingue entre lo
correcto y lo incorrecto, entre su izquierda y su derecha, entre el bien y el
mal.” Tu confiabilidad en
realidad se ve favorecida cuando estás dispuesto a reconocer el hecho evidente
de que te has equivocado. Tus
respuestas suaves, aceptando la culpa, en tales ocasiones evitarán que te
conviertas en un tirano, un fraude, o una mera caricatura a los ojos de tu hija.
El hombre fuerte reconoce y corrige sus errores. Si
quieres que tu hija crea que su padre realmente sabe más, entonces demuéstrale
que también sabes más cuando se trata de evaluar y corregir tu propia
conducta. Reconócelo cuando has fallado.
Deja que ella vea que tomas medidas para corregir tu error.
Ella aprenderá a creer que quizás “mi padre realmente sí sabe lo que
es mejor – casi siempre.” Papá
Caramelo Pablo
escribe en I Timoteo 5:8, “Si alguno no provee para los suyos, y mayormente
para los de su propia casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” No
hay ninguna duda en cuanto al deber del padre de proveer para las necesidades
materiales de su familia. Dejar de
hacerlo es negar la fe – una amonestación extraordinariamente fuerte. Sin
embargo, si lo único que hacemos como padres es proveer para las necesidades
materiales de nuestra familia, nos perdemos de muchísimas áreas más de
responsabilidad y gozo paternos. El
Papá Caramelo es el papá que piensa que su principal responsabilidad con su
hija es inundarla de regalos y oportunidades.
No escatima prácticamente ningún gasto para comprarle juguetes,
regalos, chucherías . . .y más adelante ropa, reproductores de CD . . .y más
adelante, un automóvil . . .o para comprarle “la mejor educación” – que
él considera puede comprarse en la escuela “correcta.”
El afecto de ella es la recompensa de él. En ocasiones puede molestarle
a él el que lo vean como el Banco Mundial.
Su esposa, padres, y amigos podrán incluso burlarse de él o decirle que
está mimando demasiado a su hija. Pero
a él le gusta la súbita sensación de admiración y aprecio de parte de ella,
y de alguna manera no puede resistirse. El
Papá Caramelo no compra únicamente chatarra.
Algunos hombres hacen gran dispendio al pagar por las universidades más
caras. Una casa en el “mejor”
barrio. Algunos gastan mucho más
dinero de lo necesario en la boda de su hija.
Para la princesita, sólo lo mejor.. Pocos
hombres se proponen llegar a ser un Papá Caramelo.
Frecuentemente, el prodigar “cosas” a una hija tiene el propósito de
calmar una conciencia intranquila por haber pasado demasiadas horas en el
trabajo. A veces – reconozcámoslo
– estamos edificando monumentos a nuestro ego.
Y con más frecuencia de la que quisiéramos reconocer, el darle a una
hija un regalo es un sustituto y un escudo por causa de nuestra inhabilidad
emocional de darnos a nosotros mismos a nuestras hijas.
La gente comúnmente ridiculiza a este tipo de hombre – “Le dio a su
hija todo lo que el dinero puede comprar, pero aun así ella lo rechazó.” Una
mujer recientemente me escribió una carta acerca de su Papá Caramelo, y acerca
del individuo que lo reemplazó: No
sé quién dejó a quién, pero mis padres se divorciaron cuando yo tenía cinco
años de edad, así es que mi relación con Papá se limitaba a segmentos de dos
horas en mi cumpleaños y en Navidad, aun cuando él vivía a sólo diez minutos
de distancia. Aunado a eso estaba
el hecho de que él trabajaba en el ferrocarril – o más bien era propiedad
del ferrocarril. Innumerables
ocasiones mi hermanito y yo esperábamos sentados para que él pasara para
llevarnos con él por un día, sólo para quedar decepcionados y afligidos por
la llamada que inevitablemente llegaba, avisándonos de que no vendría, porque
había tenido que ir a trabajar. Para
compensar tanta desilusión – así lo entiendo ahora – él nos llevaba a la
tienda de juguetes y allí nos soltaba, diciéndonos que
escogiéramos lo que quisiéramos. ¡Qué emoción para nosotros como niños!
Y sin embargo aun a esa edad nos dábamos cuenta de que era un gesto
hueco. Nos encantaba poder tener
“lo que quisiéramos,” pero de alguna manera no llenaba el vacío que había
quedado en nuestra vida por la ausencia de nuestro padre. Afortunadamente
para nosotros, sí había una figura paterna en nuestra vida, día tras día,
en la forma de nuestro padrastro. Aunque
no era muy expresivo en cuanto a su amor por
nosotros, lo que importaba más que nada era el hecho de que él estaba
presente cada día de nuestras vidas jóvenes.
Hombre brusco, su amor por nosotros lo manifestaba al ir a trabajar cada
día para poder proveer para nosotros. No nos faltaba nada, y había esos
momentos en que su amor por nosotros salía en las cosas que hacía con
nosotros. Momentos invertidos en enseñarnos a lanzar el balón de fútbol
americano, andar en motocicleta, apreciar el mundo que nos rodeaba, y
simplemente estar allí presente para compartir las experiencias de la vida
diaria. Y eso valía más para
nosotros que cualquier juguete de cualquier juguetería de todo el mundo. Otro
costo que el Papá Caramelo debe considerar son las actitudes materialistas que
su conducta tiende a engendrar en sus hijos.
Ellos empiezan a darse cuenta de que las cosas realmente importantes de
la vida son de naturaleza económica. Ellos
ven que uno invierte todo su tiempo en ganar dinero y concluyen, “El dinero es
lo más importante para Papá.” Y
luego ven el placer que las cosas materiales les traen a ellos y dicen, “A mí
también me gustan las cosas materiales.” Dios
podría llamar a tu hija al campo misionero.
Podría casarse con un pastor. Podría
casarse con alguien que tenga una vocación más secular pero que opta por un
estilo de vida más modesto para poder pasar más tiempo con su familia.
En cualquiera de estos casos, una hija que desde tierna edad ha sido
adicta al materialismo, va a batallar de adulta con un estilo de vida muy
diferente al que tuvo de niña en casa de Papá Caramelo. Esto
no es simplemente cuestión de adaptarse a cambios de nivel económico.
Yo creo que una jovencita criada en un hogar pudiente puede adaptarse a
cualesquier circunstancias que su vida adulta le brinde si ha sido criada con
actitudes correctas en cuanto al dinero y a las “cosas.”
La clave es su padre. Si
ella ve que él realmente valora su relación con ella, ella también dará
mucho más valor a las relaciones personales que a las cosas materiales. El
darle “cosas” materiales a tu hija podría hacerle muy difíciles los
ajustes en años venideros. El darte a ti mismo a tu hija le enseñará el valor
del verdadero amor que la puede sustentar en los mejores tiempos y en los peores
tiempos. Figura
Paterna Figura
Paterna describe al hombre que, de hecho, es padre de una hija sólo de nombre. Es un prestanombres. Su
nombre aparece en el acta de nacimiento de su hija, y ocasionalmente firma su
boleta de calificaciones, pero hasta allí. Emocionalmente es un padre ausente. La
Figura Paterna pasa hora tras hora sentado frente al televisor, en lugar de
leerle un libro a su hija o encontrar alguna otra forma de tener contacto con
ella. Puede estar fascinado frente
a la pantalla de la computadora charlando “en línea” con desconocidos que
tienen extraños nombres ficticios de pantalla en lugar de hablar con su hija.
El está en casa. Pero realmente no está allí.
Puede incluso pensar, Yo soy adulto.
Ella es niña. No disfrutamos las mismas cosas. Así que yo hago lo mío. Los
hombres que son campeones “navegadores de canales” necesitan revisar
seriamente su compromiso como padres. Viven
en la video‑realidad virtual – pero son virtuales nulidades cuando se
trata de su hija de la vida real. No
se aprende a ser un buen padre con Donahue o las noticias o ESPN. La
vida real no es una pantalla. El
Papá Macho El
Papá Macho quizás tenga también un hijo – un hijo con el que se identifica
bastante, o por lo menos mucho más que con su hija.
Quizás le diga a su esposa, “Querida, tú educa a las niñas. Yo educo a los niños.”
O, si no tiene hijos varones, por lo menos se ha excusado del “mundo de
las mujeres.” El Papá Macho es
uno que no sabe identificarse con su hija porque ella es de sexo femenino.
Quizás él esperaba que ella fuera hombre, y nunca se sobrepuso a la
desilusión. Muy
pocos hombres hacen caso omiso a sus hijas totalmente.
Pero un número desafortunado tiene en algún grado este problema de
evitar lo femenino. El Papá Macho
prefiere ir al juego de béisbol de su hijo antes que ir al recital de ballet de
su hija cuando ambos eventos están programados para la misma hora. Algunos no irían al recital de la hija aun cuando no hubiera
conflicto de horario, diciendo, “Es que a mí no más no me gusta el
ballet.” El Papá Macho lleva a
su hijo al juego de básquetbol, a la exhibición de computadoras, a la tienda
deportiva o a la ferretería todos los sábados, pero hace muchos comentarios de
irritación si tiene que sacar a su hija de compras dos veces al año. El Papá
Macho es un hombre que preferiría tener hijos, pero le ha “tocado” tener
hijas. Vickie
y yo tuvimos cinco hijas antes que naciera nuestro primer hijo varón. Aunque
obviamente todos estábamos contentos de tener un varón, era muy importante que
mis hijas entendieran que no estábamos teniendo un sexto embarazo sólo para
tratar de tener un varón. Nunca
quise dejarles la impresión de que el tener “puras mujeres” dejaba
incompleta nuestra vida de alguna manera, o me dejaba “no realizado” como
hombre. A
veces nuestra perspectiva doctrinal sobre el papel de la mujer en la iglesia
invade a nuestra propia familia en una forma incorrecta y destructiva.
Yo sostengo una postura muy tradicional en cuanto al papel de la mujer en
la iglesia. Pero quiero que mi hija crezca con el entendimiento de que en Cristo
no hay varón ni mujer, así como no hay esclavo ni libre (ver Gálatas 3:28).
Reconozco plenamente y me gozo en el principio de que Dios hizo al hombre
y a la mujer diferentes. Pero no
quiero nunca que mis hijas sientan alguna diferencia entre el amor y la atención
de su padre terrenal para con ellas en comparación con lo demostrado a sus
hermanos varones. Definitivamente
no hay ninguna diferencia en el amor y la atención de su Padre Celestial.
¿Por qué la habría de haber en el amor mío? Lot,
el sobrino descarriado de Abraham, probablemente era un Papá Macho – sin duda
el peor ejemplo de las Escrituras. Cuando
los dos ángeles llegaron a Sodoma (ver Génesis 19) a rescatar a Lot y a su
familia antes del juicio enviado por Dios, una turba homosexual apareció ante
la puerta de Lot y demandó que Lot les entregara a estos dos varones. ¿Qué
hizo Lot? ¡Les ofreció sus dos hijas vírgenes al tropel de perversos! No me incomoda el deseo de Lot de proteger a los ángeles de
la turba. Pero su prioridad debería
haber sido proteger a sus hijas. Si
Lot hubiera tenido hijos, dudo sinceramente que los hubiera ofrecido |